
En estos tiempos modernos que nos ha tocado vivir (remembering Chaplin), BAJO UN TENUE MANTO DE LIGEREZA, INTRASCENDENCIA, VACUIDAD E IMPOSTADA FELICIDAD CONSUMISTA, encontramos todo un universo de insatisfacciones, sueños truncados, anhelos no cumplidos y esperanzas marchitas. El maldito juego de las apariencias, ya que vivimos una vida que no deseamos, buscando algo que en el fondo no merece la pena, que estamos embarcados en una odisea sin fin hacia ningún lugar, cuando recorremos todos los confines de este pequeño y castigado mundo en busca de un «El Dorado», que se encuentra mucho más cerca de lo que creemos, en un lugar en el que a casi nadie se nos ha ocurrido buscar, en el fondo recóndito de nuestra frágil alma.

Tras el hedonismo del lujo y la ostentanción moderna, una tsunami de insatisfacción arrasa nuestras intrascendentes vidas modernas. Pero esta corriente fluye ya desde mediados del siglo XX allá en la capital del mundo, no es nueva. Ya había hablado aquí del inicio de la vaciedad y la sociedad actuales, que arrancan en la figura pionera del pintor norteamericano Edward Hooper (años 40 del siglo XX).

Creo sinceramente que las historias más tristes no son los dramas descarnados, que por evidentes expresiones de drama son obvios, si no aquellas que se revisten de una bruma de cierto melodrama o con tintes de humor, porque no aparentan lo que verdaderamente son. Sé que me he hecho un lío, la verdad, pero he aquí un ejemplo estupendo de lo que pretendo decir. En 1958 se publicó en Estados Unidos la novela «Desayuno con Diamantes» del escritor Truman Capote.

Los dos protagonistas principales son una joven inconformista y un proyecto de escritor, que viven en un edificio de apartamentos en uno de los barrios pijos de Nueva York (Upper East Side).

Ella una chica tierna, alocada, solitaria, e infeliz a su pesar y eternamente desamparada, sin oficio ni benificio, que se dedica a acompañar a hombres mayores, y a pedirles dinero para ir al tocador, dueña de un gato al que no quiere poner nombre, con un pasado que no desea recordar y del que huye como alma en pena, y que vive en una fiesta continua, perpetua y vacua, a la caza de un buen partido (sea quien sea).

Él un joven y apuesto candidato a escritor, recién llegado a Nueva York, que vive en un piso que paga su «decoradora», y que caerá bajo el influjo de la arrebatadora y desinhibida Holly.
Ambos pululan entre una jungla de arribistas, intrascendentes, personajes de medio pelo, maduras solitarias, millonarios aburridos, en busca de un futuro mejor que nunca llega, porque corre mucho más que sus torpes esperanzas.

Este mundo fue y sigue siendo real casi 60 años después, no hace falta nada más que darse vueltas por cualquier localidad de la costa española o ciudad del interior, hedonistas, supérfluos, neumáticas, intrascendentes, de todas las edades y condiciones, aparentando lo que no son, y buscando lo que nunca llegará la promesa de una vida sin problemas y llena de fiesta sin fin.

Sé que tengo una capacidad innata para convertir en un drama todo lo que cuento, pero tras la historia ligera de la película se oculta el drama de dos seres solitarios y perdidos, ella es PROSTITUTA (reconvertida por la propia autocensura del Hollywood de la época eufemísticamente en Señorita de compañía de hombres mayores). Y él es un GIGOLO del medio pelo mantenida por una madura que lo quiere para su uso y disfrute. Lo magistral de la película es mostrarnoslos bajo un halo que los convierte en seres frágiles, divertidos, deliciosamente perdidos, pero irremisiblemente sólos. (SÍ SE QUE SOY LA ALEGRÍA DE LA HUERTA)
Y al final el amor como redención o como jaula, ambas opciones están presentes en la película, como el único camino hacia liberarnos de esa soledad que nos atenaza como un perro de presa, la que se esconde tras los oropeles, los neones, las fiestas y los saraos. Tristeza que inunda nuestra existencia, que ahoga nuestras esperanzas y anhelos, pero siempre nos queda soñar que otro final es posible. Quién lo sabe.


A vueltas por el palacio de mi memoria, todos los pasillos y corredores se cruzan, esta sociedad ya apareció retratada en Mad Men, o al hablar de relaciones de pareja, o el vacío de vivir (drama al uso desprovisto de todo atisbo de comedia), o en los días de vino y rosas (el eterno Henry Mancini), lugares comunes que pueblan mi mundo propio, melodrama arropado de humor, saudade, etc.

Una respuesta a «La fragilidad de vivir»