De guerras y corazones heridos

Los que peinamos canas ya, hemos vivido muchas guerras, metafóricas y reales. Esta última guerra, la de Ucrania, parece que ha sido la madre de todas las guerras, pero no es así, si es cierto que para una generación, la de mis hijos, es la primera a la que han asistido por televisión. Pero desde que estoy en este mundo he sido coetáneo de la de Vietnam, la del Libano, la de doble de Afganistán (primero con los rusos y luego con los americanos), la de Iran-Iraq, la invasión de Iraq, las de Yugoslavia, la guerra de Siria, la de Inglaterra y Argentina por las Malvinas, la guerra de Kosovo, la de Rusia y Chechenia….

El ser humano es connatural a la guerra y la destrucción, pero las guerras que a mí me interesan, son las que libramos contra nosotros mismos y nuestros sentimientos, y aquellos a los que amamos o nos aman. Hoy es un día especial, a refubo del día del libro 2023, y dejo un relato que escribí al poco de iniciarse la Guerra de Ucrania para una persona que estuvo, está y estará en mi vida desde hace más de 20 años. La distancia nunca es el olvido, pero sí a veces una barrera infranqueable…

Una carta para después de una guerra

Esta es otra jodida historia sin final, de esa legión de amores no correspondidos, de incomunicación sorda, de soledad insondable, de corazones descarnados de tanto gritar que quieren ser amados.

Esa vez de veras que no lo vi venir, al cruzar la esquina de aquel día aciago, caigo en la cuenta de que han pasado 18 putos años. No recuerdo si miré atrás al despedirnos, y sé que debería haberlo hecho, si tan siquiera hubiera imaginado el abismo insondable que se abriría entonces entre nosotros, y que me temo no se cerrará nunca.

Han pasado más de 6500 días sin verte, sin sentir tu presencia, sin acordarme de tu olor, ni del sabor de tu sexo, y no caeré en ese recurso manido de pensar que todo ese tiempo ha pasado volando, ha sido toda una puta vida. Por el camino me he dejado kilos de cordura, los mismos que he recuperado en partes de mi cuerpo que me asquean contemplar desnudo ante el espejo, yo que siempre te mostré mi desnudez sin complejos; un matrimonio roto en mil pedazos, otro más de esta orgía de vidas cercenadas, con dos hijos utilizados como marionetas para dañar al otro; una puñetera depresión que se me ha pegado al pecho como los michelines pre operación bikini; llamadas sin respuesta, como los gritos de otro mesías en el desierto; fotos impostadas de una vida que nunca llegará a ser plena, carne de cañón de Instagram y Facebook.

Cuando la depresión se encarnó en mi carne, mi vía de escape hacia la poca cordura a la que pude agarrarme, fue el blog que parí a golpe de rabia y desesperación, cincelando cada palabra con lágrimas de sangre, miles de retazos de una vida que se me escapa a borbotones entre los dedos, aquella que nos prometimos un día, y que se quedó tristemente en una promesa huérfana y desesperada, que motea el inmenso valle de las esperanzas perdidas.

Mis ansias de volver a sentirme vivo tras mi separación, me hicieron refugiarme en unos brazos tangibles y cercanos, no en etéreas promesas hechas tras hermosas e intensas tardes de sexo, perdidas en el desván del tiempo que se fue para no volver.

En estos 18 años nuestros trenes sólo se cruzaron una vez en la misma fría estación, pero yo me aferré a mi frágil presente, olvidadas ya las pretéritas promesas, y ni tan siquiera te vi parada en aquel desnudo andén. Pero cuando fui consciente de mi cruel error, se había abierto entre nosotros un desierto insondable de silenciosa incomunicación. Tu dolor fue tan atronador y espantoso, que sepultó para siempre todos los frágiles sueños que habíamos soñado juntos, tan efímeros como la nieve de primavera, todas las promesas inconclusas arrojadas al desván del olvido, los besos furtivos, las caricias fugaces, y el futuro cálido que una vez intuimos.

Ese día se levantó entre nosotros un muro de dolor y desolación, que secó tu alma de niña en ese cálido cuerpo de mujer, y mi imagen se hizo mil pedazos en el espejo de tu deseo.

En unas pocas ocasiones palomas mensajeras digitales dejan escuetos mensajes en nuestras ventanas desnudas de esperanza, pero ese muro entre ambos sigue intacto e imperturbable, y cada día de todos los pasados desde aquella despedida, en aquel andén de Madrid en una mañana de enero, han sido la argamasa de los ladrillos que han conformado ese infame muro.

Hace 50 días que los cuatro jinetes del apocalipsis volvieron a cabalgar de nuevo por este dolorido y cansado mundo, y tu último mensaje me ofrecía un armisticio de paz, ya que es tu deseo partir hacia esa guerra, que se nos cuela cada día por todas las ventanas digitales de nuestras vidas. Y yo me pregunto si puedo perderte aún más de lo que ya te he perdido, infértil pregunta que anega mi febril existencia, ya ves no dejaré de ser un jodido intensito por muchas canas que peine.

Lo único que he sido capaz de mejorar desde tu ausencia ha sido la capacidad de contar historias. Recuerdo una que me contó hace muchos años un compañero de la universidad, que andaba un poco descabalgado de la cordura, en referencia al hecho de que a todo el mundo en algún momento se nos ha metido una canción en la mente, que durante un espacio de tiempo se nos repite machaconamente por todos los rincones de nuestro ser. Él me dijo “pues a mí con 18 años se me metió en la cabeza el ´God Save the Queen´ de los Sex Pixtols, y todavía no he sido capaz de sacármelo”, ¡Jesús que personaje!

A mí me ha ocurrido algo parecido a lo que me contó mi compañero, desde el día que saliste de mi vida, hace ya más de 18 años. Es una hermosa y melancólica canción que le escuché a dúo a Paul Weller y Amy Winehouse «…he pasado por todo en mi vida, porque soy perro viejo, y entenderé si te vas, pero si necesitas algo más que compañía, no vayas con extraños, cariño, vuelve a mí…”

Desde mi corazón a Palencia

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