«Que no está muerto lo que puede yacer eternamente, y con los eones extraños hasta la muerte puede morir»
Estanterías pesadas, cargadas del polvo del tiempo, y de libros ajados y manoseados, algunos olvidados en estantes ignotos, recorren cientos de corredores del Palacio de mi Memoria. De todas las lecturas que recuerdo, las más extrañas, alucinadas, y con una enorme carga de enfermedad y locura, provienen de un estante que se haya en una habitación cerrada hace largo tiempo, aquella en que pasé más horas de mi solitaria juventud. No he vuelto a entrar en ella, ahora la enfermedad y la locura son mis armas de trabajo, pero ahora ellas han vuelto a mí, y sospecho que para quedarse definitivamente.
El 20 de agosto de 1890 nació en Providence, Rhode Island (EEUU) el escritor más maldito de todos los que ha dado la literatura universal. Alto, desgarbado, feo como un pié izquierdo, nunca pudo vivir de sus libros, apenas tuvo repercusión en su época (aparte de un férreo grupo de seguidores incondicionales), vivió sometido a la sobreprotección de su madre y sus tías, apenas salió de su lugar de nacimiento (sólo una breve aventura en Nueva York), enfermizo, taciturno, solitario hasta la extenuación, asexuado (o con miedo al género femenino), elitista de rancio abolengo, supremacista blanco que escribió esto de la gente de color:
«Cuando tiempo atrás, los dioses crearon la tierra; A imagen y semejanza de Júpiter al incipiente Hombre moldeaban. Para tareas menores las bestias fueron creadas; Aunque de la especie humana muy alejadas estaban. Para llenar el vacío y unirlas al resto de la Humanidad, los anfitriones del Olimpo ingeniaron un astuto plan. Una bestia forjarían, una figura semihumana, Colmada de vicios y «negro» fue llamada.«
Todo un regalito el angelito, pero aún así dejó en la literatura fantástica, y en el cine del siglo XX y XXI, una huella imborrable, y tan enorme como su enfermizo ego…
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